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Francisco Arias Solís

LA TORTURA POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

                                LA TORTURA  “Los tristes de la locura,de la sangre y el espanto, la tortura y la tortura.”

Rafael Alberti.

  UNA REMOCIÓN EN LAS CONCIENCIAS

           

La abolición de la esclavitud fue un máximo tema para la civilización del siglo XIX, para la civilización con epidermis blanca, por supuesto. Lo que nos resta de año  se debiera tomar a empeño de honor la supresión de la tortura ejercida todavía en muchos países por las minorías violentas. Una vez suprimida la pena de muerte tan estúpida como bárbara en los países civilizados, lo más urgente sería la eliminación de las torturas y horrores en frío, como práctica consuetudinaria, cínica y felina. Digo felina porque no sé si hay otros animales, fuera de la gata, que brinden a sus pequeñuelos un ratoncete moribundo para su solaz y adiestramiento.

 

Todo lo demás resbala a segundo plano: derechos humanos, códigos, salarios, libertades públicas y sociales, escuelas, higiene, la manifestación del sábado tarde; todo será miseria y basura mientras sea posible que unos hombres armados torturen. Y mientras eso pueda acontecer, todas las pretendidas leyes de humanidad y justicia serán más que inútiles, ya que tapan la boca a quienes gritan espantados ante esas efectivas vigencias.

 

Habla Quevedo de cierto pícaro, tan humilde y modoso, que no “levantaba los ojos a ninguna mujer, aunque sí las faldas”. A esta civilización se le ha ido la fuerza por la pluma. Mucha ley, mucho reglamento; más la vida hace un regate y te saca un palmo de narices. Son cien veces más honestas las leyes que se hacían hace muchos años para ser cumplidas.

 

He aquí un pasaje de Montaigne, incalculablemente actual por donde quiera que abramos sus Ensayos: “A los muertos no los compadezco, y más bien lo envidiaría; los que están muriendo sí me causan gran pena. No me ofenden tanto los salvajes que asan y comen los cuerpos difuntos, como quienes los atormentan y persiguen en vida. En la misma justicia, todo lo que va más allá de la muerte simple me parece pura crueldad, y esto vale sobre todo para nosotros, que debiéramos cuidar de que las almas partiesen en buen estado; lo que no puede ser, si han sido agitadas y desesperadas por tormentos insoportables”. Adorable Montaigne: eres un clásico, sigues viviendo. Tales palabras tendrían todavía que perforar las conciencias de piedra de muchos pretendidos cristianos.

 

El remedio a semejantes desventuras no puede brotar de las leyes, ni de los regímenes políticos que soslayan muy tangencialmente los senos profundos de la vida y de los afanes humanos. Ni es posible curar una infamia realizando otra mayor, porque entonces sería el cuento de nunca acabar. La cura de tan inmensos daños sólo puede venir de una remoción en las conciencias y de una voluntad firme y sostenidamente exteriorizada. El hombre del siglo XXI tendría que experimentar una angustiosa sensación de vergüenza, de no poder vivir, mientras ocurra que semejantes suyos son sometidos sañudamente a violentas torturas. Bastaría incluso con preocuparse fuertemente de ello mientras se platica con el amigo en la calle o con Dios en el templo. Nada resiste a un sentir vivido y manifestado. Y como dijo el poeta: “Hoy no quiero cantar, / quiero mi voz para el grito, / mi aliento para gritar.”

 

Francisco Arias Solis
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No se debe  admitir la violencia ni siquiera contra la violencia

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Gracias.

  

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