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Francisco Arias Solís

ILDEFONSO-MANUEL GIL POR FRANCISCO ARIAS SOLIS

ILDEFONSO-MANUEL GIL(1912-2003) 
“A la orilla del mar, soñando a España
 la veo en mí adentrarse y ser más mía, purificada y alta en el recuerdo.”

Ildefonso-Manuel Gil.

 LA VOZ  CARA A LA VERDAD. 

Entre lo más definitorio que se ha escrito sobre la generación del 36, a la que pertenecen, entre otros poetas, Germán Bleiberg, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Juan y Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo y Luis Rosales, hay que señalar el conciso autoanálisis de uno de los mejores y menos conocidos poetas de la misma, Ildefonso-Manuel Gil, que en el verano de 1968, en la Universidad de Syracuse (Estados Unidos), dijo: “Soy un escritor de la generación más terriblemente marcada por la guerra civil, la que más ha sentido en su propio destino el problema español; para nosotros ese problema no ha sido sólo materia de pensamiento, preocupación intelectual y sentimental, sino cárcel, persecución y -en casos más dolorosos- muerte”. Decía Gil a continuación: “Creo que casi todos los escritores de la generación de 1936 estamos decididos a escribir cara a la verdad, fuera del odio y dentro de la justicia”.

 

Y proseguía su caracterización de la generación, señalando como elemento fundamental el de haber sido “arrojados”: arrojados a la cárcel, al exilio..., y hasta de la vida misma, como fue el caso de Miguel Hernández. Sin olvidar tampoco una forma de arrojamiento: la de haberse visto arrojados dentro de sí mismos, retraídos a la vida privada en virtud de una conciencia dolorida de que en la vida pública no se podía vivir y sólo cabía replegarse a la interioridad: una forma como otra cualquiera de ser arrojados de la existencia histórica, de la existencia comunitaria.

 

Las comparaciones son odiosas, y lo sería, y muy gravemente, la de este poeta, con quienes le antecedieron o les han seguido. Probablemente respondiera al reto de las circunstancias históricas que les tocó en suerte con tanto garbo como cualesquiera otro. Con figura menos cuidada porque no era tiempo de lindezas el suyo. Poesía la suya no química, ni “juanramonianamente” pura, pero sí pura éticamente, sí históricamente veraz.

 

Ildefonso-Manuel Gil nació en Paniza, provincia de Zaragoza, el 22 de enero de 1912 y murió en Zaragoza en 2003. Licenciado en Derecho por la Universidad de Madrid y doctor en Letras.  Fue  encarcelado en Teruel como destacado republicano durante la guerra civil española.  Posteriormente fue represaliado por no querer jurar los principios del llamado movimiento nacional, Dio clases en el colegio Santo Tomás de Zaragoza, propiedad de Miguel Labordeta. Funda con Ricardo Guillón la revista literaria Literatura. Fue uno de los primeros introductores de la obra de Fernando Pessoa en España y tradujo la obra de Camoens, Os Lusiadas. Fue profesor de Literatura, durante muchos años, en los Estados Unidos. En la transición volvió a España, donde recibió varios galardones y donde acabó trabajando como director de la Institución Fernando el Católico de Zaragoza, recuperando la obra de su amigo Benjamín Jarnés.

 

Su obra poética crece en calidad e intensidad dentro de una parquedad relativa. Desde los tanteos de Borradores (1931) y La voz cálida (1934), hasta la plenitud exigente de Poemas de dolor antiguo (1945), El tiempo recobrado (1947), Cancionerillo del recuerdo y de la tierra (1951), El incurable (1947), Los días del hombre (1968) y otros títulos. Destaquemos, para el conjunto de su poesía, la antología Poesía, y un libro logradísimo, Luz sonreída, Goya, amarga luz, en el que destaca el conocido poema Los fusilamientos”, que se inicia con estos versos: “En aquella ocasión pintaste un grito, / un grito levantándose desde el profundo abismo / hasta tu mano diestra estremecida”. Otros libros poéticos son Poemas del tiempos y del poema (1973), Elegía total (1976),  Hombre en su tierra (1978) y Las Colinas (1990)

 

De su obra narrativa citamos Las monedas en el suelo (1951), Juan Pedro, el dallador (1953) -novela regional aragonesa- y Pueblo nuevo (1960). Cultivó también el ensayo, con trabajos sobre Valle-Inclán, Azorín y Baroja (1975) y sobre  Benjamín Jarnés y Mor de Fuentes (Escritores aragoneses, ensayos y confidencias, 1979)  y publicó un libro de cuentos La muerte hizo su agosto (1978). En su última novela Concierto al atardecer (1992), narra las experiencias de centenares de detenidos en los primeros días de la guerra civil.

 

Ildefonso-Manuel Gil es poeta de apariencia poco llamativa, más hondo que brillante, para ser leído habitados por un íntimo dolor que las palabras sólo insinúan para que el lector tenga que tomarse la molestia de leer y releer con pausa. Y como dijo el poeta aragonés: “He de mirarme el corazón, sentirlo, / dejar que se derrame en el silencio / fiel de mi soledad su contenido, / memoria tras memoria, verso a verso”.

 

Francisco Arias Solis
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 Gracias.
   

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